“Sácame del lodo, y no sea yo sumergido;
sea yo libertado de los que me aborrecen,
y de lo profundo de las aguas.
No me anegue la corriente de las aguas,
ni me trague el abismo,
ni el pozo cierre sobre mí su boca”. (Salmo 69:14-15)
Yo pensaba que me habías olvidado porque en medio
de la prueba creí que estaba sola. Porque por momentos
peleaba contando con mis fuerzas y cuando pensaba en eso,
me sentía como en un callejón sin salida.
Tocando fondo y desesperadamente clamaba
angustiada que no me dejaras.
Porque aunque tú estabas yo no te podía percibir ni sentir.
Y en medio de la desesperación,
cuando pensaba que ya no había remedio, sentí tu abrazo fuerte,
arrebatándome de aquel lugar oscuro y tenebroso
en el que me encontraba. Supe entonces lo que había olvidado,
que en verdad tú siempre habías estado conmigo,
que ni un solo momento de mí te habías apartado.
No eran mis huellas, sino las tuyas.
Y aquel susurro que escuchaba lejano era tu voz
diciéndome que me amabas y que en
tu fidelidad hay protección. ¡Mentira era del enemigo que tú de mí te habías
olvidado y que en el peor momento te habías marchado!
Sentí la brisa del viento soplar sobre mi cara,
era una caricia tuya que me alentaba a continuar adelante...